jueves, 11 de agosto de 2011

Despedida

   Me acerco en silencio al lugar donde solía sentarse. Se escucha lejano el tenue tic-tac de un reloj de cuerda y huele a polvo y soledad.
Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien entró en aquella sala y ahora comprendía el por qué. Todo lo que había allí me recordaba su presencia. El viejo piano de cola seguía en su esquina, un recordatorio de la felicidad que habíamos experimentado antes de pasar por aquella locura en la que los dos nos hundimos y por la que nos dejamos llevar.
   Llovía y toda la casa olía a madera mojada, un olor que a mi me desagradaba pero que tu adorabas por recordarte a tu niñez. Al cerrar la puerta de la entrada me recibiste tocando uno de mis vals favoritos, el vals del adiós. Ahora suena a ironía, pero en aquel momento me pareció hermoso y me recordó al día en que me enamoré de tí, un día con olor a lluvia como aquel. Te encontré tocando el piano de la esquina del comedor, con la mirada tranquila y los gestos pausados, esperando mi regreso. Habías preparado la cena y puesto la mesa, una de esas habituales cenas románticas que se dan en la pareja media y que nunca se dieron entre nosotros. Nuestro amor jamás fué un amor adolescente, siempre fué un amor adulto y maduro que evolucionó por el camino correcto, crecimos y nos casamos. El día de nuestra boda fue el más feliz de mi vida.
Ahora suspirar es todo lo que me queda, suspirar y recordar. El vals del adiós fué realmente el inicio de un baile de despedida que acabaría con tu muerte. Y aquí estoy ahora, junto a tu cuerpo, contándote nuestra singular historia de amor desde mi punto de vista.

   Al alzar los ojos veo a unos hombres trajeados de negro y comprendo. Me aparto para permitir que se lleven tu cuerpo para que al fin puedas descansar, pero antes me acerco para susurrarte esas palabras que tu sabes. Los acompaño hasta la puerta y observo como se alejan.
Hasta pronto. Esperame. Te amo.

Aquella vieja jugueteria

Era una ciudad que vivía bajo la magia de los días de lluvia y las primaveras cálidas. Escondida entre pequeñas calles con olor a lluvia se escondía una vieja juguetería, ahora cerrada. Aquel lugar aún recordaba las risas de los niños cuando sus padres les llevaban allí para comprarles juguetes nuevos o peluches por sus cumpleaños.
De todas esas ilusiones solo quedan recuerdos amontonados en un cajón. El viejo artesano ya no construye muñecos para que otros los disfruten, todo lo que queda de esos años es un pequeño muñeco roto que encontró en su día y que jamás arregló. Él te diría que ese muñeco era su vida.
Yo conocí a aquel artesano una tarde lluviosa en mayo.
Corría para refugiarme en algún soportal o café cuando una voz me llamó. Me giré y un anciano me hizo un gesto para que pasara, era una vieja juguetería. En ella se apilaban juguetes en las mesas y pequeños peluches en los cajones, pero el muñeco estaba sobre la mesa, "sentado" en una pequeña silla de madera, justo al lado de donde se sentó el viejo artesano. Conversamos mientras esperaba a que cesara la lluvia y antes de irme me regaló aquel muñeco.
Poco después el artesano murió.
Para él empecé a escribir esta poesía:
Entre calles de piedra y lluvia,
entre edificios se escondía
el lugar que en su tiempo construía
la ilusión de los niños cada día.
El viejo artesano ya no construye
muñecos para que otros los disfruten,
solo quedan herramientas en el estuche
y cajones llenos de viejos peluches.
Su único amigo ahora es
un muñeco roto que encontró una vez
jamás lo arregló y ahí lo ves,
lo acompañó desde su niñez.
El viejo muñeco mira al viejo artesano,
el viejo artesano suspira por aquellos años,
aquellos años jamás regresaron.
Yacen aquí artesano y regalo.
 

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