martes, 29 de noviembre de 2011

Crecer

Pequeña era y mi entendimiento igual de pequeño que mi cuerpo. Sin embargo llegado al punto del dolor y la soledad, mi pequeña y volátil mente entendió perfectamente que me había quedado sola y expuesta a un peligro mayor que el físico. Y de pronto me di cuenta de lo frágil que era.
¿Siempre he sido así de frágil? Me pregunté.
Y me di cuenta de que así era. Así había sido siempre y probablemente lo siguiera siendo a lo largo de mi vida, y decidí que no importaba. Entonces empecé a crecer.
Y crecí, con mente de adulto, fría y calculadora, y con cuerpo de niña, de cara dulce y ojos grande. Y aprendí a ver lo que había detrás de las palabras, aprendí los secretos que ocultan las lágrimas en el borde del ojo, aprendí como era el dolor de las heridas que no sangran, pero duelen; aprendí como vivir viendo detrás de las mentiras, aprendí como vivir mintiendo, aprendí a no mostrar mis verdaderas emociones, aprendí a reirle al mundo y llorarle a la almohada, aprendí a callar, aprendí a responder, aprendí a fingir amor, a fingir desinterés, a perderle aprecio a la vida, a no llorar por los muertos, a seguir viva ante todo.
Y crecí, en un ambiente cada vez más frío y marcado por la soledad.
Y crecí, si, pero no lo suficiente. Aún no aprendí a descubrir todas las mentiras, aun no aprendí a borrar las lágrimas, aún no aprendí a cerrar las heridas que, aunque no sangran, duele; aún no aprendí a vivir con alguien que dice la verdad, aún no aprendí a dejar de mentir, aún no aprendí a quitarme la mascara delante de los que quiero, aún no aprendí como mostrarle al mundo lo que siento, aún no aprendí a hablar, aún no aprendí las respuestas a todas las preguntas, aún no aprendí a amar de verdad, a odiar a nadie, a desear morir y hacerlo, a no recordar a los muertos, a tomar las decisiones correctas.
Y mientras tanto, sigo creciendo.

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