martes, 24 de abril de 2012

La muerte de una rosa

Sus pétalos cayeron delicadamente sobre la capa negra de la noche. Allí estaba, desnuda a la luz de la luna, envuelta en un blanco velo con encaje de intrigas y decepciones. Alzó la cabeza orgullosa, toda ella envuelta en blancura, toda ella gris y oscura, resplandeciendo en la oscuridad de las mentiras. La noche alzó sus dedos cálidos, acariciando su piel, las gotas de rocío que corrían por ella. Su mirada fue fría, con brillos de amanecer en sus pupilas plagadas de deseos que lentamente caían rozando la tristeza de sus mejillas.
Era delicada. Sus dedos, pálidos, revoloteaban con las mariposas de la aurora. Mientras, sus lágrimas se tornaban en rubíes con el reflejo del sol y teñían la capa blanca de la tierra con sangre.
Uno a uno cayeron sus pétalos delicadamente sobre el telón oscuro. Uno a uno rozaron sus pétalos la calmada superficie blanca. Y calló el velo, calló la noche, el día, cayeron los deseos, cayeron las ilusiones, calló la muerte teñida de una blancura de emociones.
Toda ella calló, fría y distante mientras el sol salía y la luna lentamente se extinguía en el lago.

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