domingo, 23 de octubre de 2011

Escala en gris

Terminar el día laboral, andar por las calles abarrotadas de vidas y entrar en una casa con olor a desprecio. Andar por un pasillo con color a odio y entrar en tu habitación, un remanso de paz. Un remanso de paz marcado por el odio, la indiferencia, el desprecio, las risas crueles y las palabras destinadas a herir cual manchas en pared.
La habitación, blanca al inicio de mi infancia, se ha ido tiñendo de tonalidades de gris según comprendo que no solo no me va a querer, si no que hay veces que ni siquiera me considera su hija. Odio y desprecio que se reflejan en mi mirada tranquila y, quizás, algo triste.
La niña que fui se disolvió en lágrimas de amargura y soledad, ahora solo queda una sombra de lo que fui, un recuerdo difuso de la inocencia, una lágrima pintada con rimel en la mejilla.
Y no es debido a fuerza o fortaleza, siquiera a valor ni tampoco desesperación. Es el sentimiento de total dolor que sientes al pensar que puede ser que alguien llorase tu muerte.

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